El Nacimiento de un Ícono Argentino – ALfajor Marplatense

El legendario Libro de Doña Petrona llegó a las librerías en 1934 y, con el tiempo, superó las cien reediciones. Si hojeamos una edición de 1950, encontraremos ocho recetas de alfajores, tres de ellas etiquetadas como “regionales”: santafesino, cordobés y santiagueño. Sin embargo, hay dos detalles curiosos: ni rastro de la palabra “marplatense” y, más sorprendente aún, ninguna mención al chocolate. Las tapas se cubrían con almíbar, fondant, merengue o azúcar impalpable, pero nunca con ese ingrediente que hoy parece inseparable del alfajor. Considerando lo meticuloso del recetario —con más de mil preparaciones—, la conclusión es clara: hace setenta años, el alfajor marplatense simplemente no existía en el imaginario gastronómico argentino.

Pero el destino ya estaba en movimiento. Dos años antes, el 6 de enero de 1948, abría sus puertas frente al Casino la confitería Havanna, donde los clientes podían ver cómo se elaboraban sus productos. ¿Coincidencia? Difícilmente. El contexto era ideal: en 1945, Perón había instaurado el aguinaldo y las vacaciones pagas, lo que, sumado al aumento del poder adquisitivo y las políticas de turismo accesible —hoteles sindicales, transporte subsidiado—, multiplicó la llegada de visitantes a Mar del Plata (de 377.000 en 1941 a 1.400.000 en 1955). Así, la “Perla del Atlántico”, antes exclusiva de la élite, se llenó de trabajadores de todo el país. Y entre las órdenes que recibían antes de partir, una se repetía: “Traé alfajores”. Si el eslogan de la época era “Usted se paga el viaje, el gobierno el hospedaje”, otro igual de popular decía: “¿Se va hoy? ¿Se va mañana? No olvide llevar alfajores Havanna”. Imaginen la experiencia: ver el mar por primera vez y probar, también por primera vez, un alfajor bañado en chocolate. Así nació un ritual que perdura hasta hoy.

¿Havanna lo Inventó? La Otra Historia

La versión oficial atribuye a Havanna la creación del alfajor de chocolate y masa de cacao. Pero Mariano López, detrás de la cuenta @alfajoresmarplatenses, señala dos posibles precursores: la confitería Baby en los años 30 y Gran Casino en los 40. López incluso encontró un aviso de 1947 en la revista Atlántida que rezaba: “Los alfajores Gran Casino de Mar del Plata ahora se consiguen en Galerías Pacífico”. Esto sugiere dos cosas: que aquel alfajor ya tenía algo distintivo (no era el clásico de merengue y galleta quebradiza de Buenos Aires) y que el público ya lo reconocía.

Los tiempos coinciden. La idea de convertir Mar del Plata en un destino popular había surgido antes del peronismo, durante la llamada “década infame”. Según esta teoría, Havanna no fue un fenómeno aislado, sino el emprendimiento más visionario de una tendencia que ya estaba en marcha. Además, contó con un socio clave: el griego Demetrio Elíades, un empresario audaz vinculado al magnate Aristóteles Onassis. Bajo su impulso, Havanna creció rápidamente y, en los 50, incluso compró Gran Casino. (Curiosamente, Elíades también financió el Edificio Havanna, el más alto de la ciudad, que hoy lleva su nombre tras su muerte durante la construcción).

Pero queda una pregunta sin respuesta: ¿de dónde salió el chocolate? Una teoría apunta a la influencia europea: los veraneantes adinerados estaban acostumbrados a los bombones importados y la pastelería francesa, lo que habría inspirado esta “modernización” del alfajor criollo. López, sin embargo, ofrece otra explicación: “El clima de Mar del Plata es clave. En verano, las noches son frescas, así que no hace falta refrigerar el alfajor. En Córdoba o Santa Fe, el chocolate se derretiría en minutos”. Desde esta perspectiva, el chocolate sería al alfajor marplatense lo que el dulce de higo al cordobés o la harina de mandioca al correntino: un ingrediente adaptado a su entorno.

Entre la Tradición y la Reinvención

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Más allá de su origen, el alfajor marplatense marcó un antes y después. Irónicamente, su impacto trascendió la ciudad: en los 50, la industrialización masiva del alfajor encontró en el chocolate (fácil de mecanizar) el aliado perfecto. Así, el “marplatense” se convirtió en el alfajor por excelencia, el primero que aparece al buscar en Google.

Pero mientras el país adoptaba esta versión, Mar del Plata se quedó estancada. Durante décadas, sus confiterías repitieron la misma fórmula hasta que lo innovador se volvió conservador. La venta de Havanna a capitales extranjeros a fines de los 90 profundizó esta sensación. ¿Pueden eventos como la Feria Argentina del Alfajor o el Festival del Alfajor devolverle la vitalidad a este clásico?

Hay señales de cambio. En el último Mundial del Alfajor, la marplatense Milagros del Cielo ganó con un alfajor de mousse de chocolate y rhum —sin dulce de leche y con un 80% de relleno—, desatando debates entre puristas. Pero el éxito es innegable: su local en Diagonal Pueyrredón tiene colas interminables. Incluso Havanna, lejos de quedarse atrás, innovó con su línea 70% cacao, hoy la más imitada.

Al final, quizás esa tensión entre tradición y novedad sea el secreto de su longevidad. Con ocho siglos de historia, el alfajor —símbolo de Argentina— sigue evolucionando, negándose a quedar atrapado en una sola receta. Y eso, tal vez, es lo más auténticamente argentino de todo.

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